Quebrantahuesos en Teruel

Las aves alpinas del Pirineo oscense.

La Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos anilla a estos ejemplares para estudiarlos.

El Pirineo oscense reúne multitud de hábitats favorables para la conservación de aves alpinas. La Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos (FCQ), en colaboración con el Grupo de Aragón de Anillamiento Científico de Aves (GAA), se encarga de realizar trabajos de investigación en este tipo de aves. Durante este verano se han anillado varias especies con el objetivo de conocer y responder diversas cuestiones sobre su comportamiento, además de comprender sus movimientos dentro del hábitat.

Desde hace una década, la FCQ estudia el treparriscos, una pequeña ave rupícola de unos 20 gramos de peso que es insectívora. En el Pirinero aragonés, se estima que existen unas 700 parejas y están distribuidas desde el valle de Ansó hasta Benasque. Durante el invierno, baja de altitud y se deja ver por la Hoya de Huesca (Riglos, Guara…). Juan Antonio Gil, de la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos, afirma que “posiblemente sea de los pocos ejemplares que se han anillado. Igual es el segundo o tercero”.

El gorrión alpino y la chova piquigualda son las otras dos especies con las que se vienen realizando trabajos de investigación. De los primeros “seguramente se hayan anillado más de un centenar”, explica Gil, y de los segundos también se han anillado otros tantos. Según la información obtenida, se estima que existen 1.800 parejas de gorriones en Aragón.

Los datos que se recogen a través del sistema de anillado se utilizan para obtener información acerca de la supervivencia de dichas aves. “Se intentan hacer observaciones, ya sea si se les ponen anillas de pvc, que son anillas que se pueden ver o si volvemos a anillar al mismo sitio e intentar hacer recuperaciones, es decir, volver a poner las redes en el mismo lugar e intentar obtener información ya sea de la supervivencia o de la longevidad por ejemplo”, detalla. De esta manera, “si se recupera al cabo de dos o tres años, ya sabemos por lo menos que ha sobrevivido durante estos años”. Hay que tener en cuenta que “estas aves no viven especialmente mucho tiempo, por ejemplo, el treparriscos no vive más de 10 o 12 años”, aclara Gil.

Según las previsiones, el cambio climático de las próximas décadas traerá consigo un aumento de las temperaturas. Este hecho puede producir con mayor frecuencia fenómenos extremos como las olas de calor, sequías o tormentas de granizo. Dichos factores pueden afectar al hábitat natural de diversas aves: desplazamientos altitudinales y latitudinales de especies, disminución del área potencial de distribución de las aves alpinas y cambios de la fenología predador-presa y planta polinizador.

Juan Antonio Gil alega que este fenómeno climático puede afectar en un futuro a las especies en cuestión. El calentamiento global puede influir “en la reducción de hábitat o en la competencia con otras especies que suban en altitud y puedan competir con estas”. Siguiendo esta línea, la fenología -que estudia los fenómenos biológicos en relación con el clima, particularmente en los cambios estacionales- también es conveniente tenerla muy presente. “Si por ejemplo la exploración se adelanta y no hay en este caso polinizadores en su momento o a lo mejor se produce un adelantamiento o se retrasa, dependiendo de las temperaturas, la abundancia de artrópodos que son fundamentales en la alimentación, pues eso va a influir la productividad”, explica Gil.

Las aves alpinas poseen una baja densidad de población debido a la dependencia estacional de los recursos de los que dependen. En estas zonas alpinas, la disponibilidad de alimentos escasea y fluctúa estacionalmente debido a los elevados gradientes térmicos, fuertes vientos, baja concentración de oxígeno y una intensa radiación. Como es evidente, el alimento vegetal es escaso en épocas de invierno y se concentra en lugares con poca cobertura nival.

Para lograr tomar muestras de dichas especies, la FCQ utiliza un sistema de redes japonesas. Es “un sistema que se utiliza para anillar aves, en general en toda España, en toda Europa y en todo el mundo”, aclara Juan Antonio. Estas redes, que se colocan a 2.500 metros de altitud, “tienen una longitud de 12 metros, tienen cinco bolsas y más o menos son de dos metros de altura”. Además, “existen de diferentes medidas, las hay que llegan a los 18 metros de largo”.

Las redes japonesas se colocan, “en este caso, en collados”, también denominados pasos y conocidos como las depresiones suaves por donde se puede pasar fácilmente de un lado a otro de una sierra. “El asunto es que las aves no ven la red y se quedan enganchadas en una de estas bolsas”, concluye Juan Antonio Gil.

Fuente: http://www.diariodelaltoaragon.es/NoticiasDetalle.aspx?Id=1173499