Cambio climático, agua y agricultura.
El cambio climático modificará tanto la capacidad de producción de la agricultura, como su localización.
Por: Juan Antonio Gil Vicepresidente FCQ.
El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) es contundente y afirma que el calentamiento global es inequívoco. Desde el periodo industrial y gracias a la acción humana (la quema de combustibles fósiles es 100 veces mayor, que la que producen todos los volcanes del mundo), la temperatura media de la atmósfera en España ha aumentado 1,6 °C y la concentración mundial de CO₂ en la atmósfera aumentado de 278 partes por millón en la época preindustrial a 416 partes por millón en la actualidad (por primera vez en 3 millones de años). La temperatura global de la superficie terrestre y oceánica en agosto de 2020 fue de 0,94°C por encima del promedio del siglo XX de 15,6°C. Esta fue la segunda más alta para agosto en el registro de 141 años, tras agosto de 2016, que las temperaturas subieron 0,98°C. Esto puede provocar que cambien los ciclos estacionales (en los últimos 10.000 años el clima ibérico se ha mantenido relativamente estable) y un clima más extremo con sequias (Pirineo aragonés 2017, 75% de la Península está en riesgo de desertificación), inundaciones (Ebro 2015 y Pirineo aragonés 2013, España posee 12.000 km de zonas con riesgo), olas de calor (3 olas de calor en 2019 por encima de los 43ºC), temporales extremos (Gloria, 2019, Filomena 2021). También produce menos precipitaciones y cambio de sus patrones (España 18% menos lluviosa que en los años 60), menos caudales de agua en los ríos y más evapotranspiración en los embalses. El CEDEX (organismo dependiente de los Ministerios de Fomento y de Transición Ecológica) estima una reducción de la escorrentía en la Cuenca del Ebro del 27% para 2100.
El ciclo hidrológico es probablemente uno de los principales impactos detectables del cambio climático. La cantidad de agua en la tierra es siempre la misma 1386 millones de km cúbicos (35 millones es agua dulce), pero solo el 0,025% es apta para el consumo humano. Decir cambio climático, es decir menos disponibilidad de agua y lo lógico sería aplicar el principio de precaución antes de promover nuevos proyectos que aumenten el consumo de agua (la agricultura en España consume el 80% del agua, 24.200 Hm3). Sin embargo en ciertos sectores existe cierto negacionismo, que no quiere reconocer ni el aumento de temperaturas, ni la disminución de la disponibilidad de agua y sigue apostando por políticas expansionistas y de grandes inversiones de transformación de zonas agrícolas intensivas de regadío, con futuras demandas de agua posiblemente insostenibles. En Aragón de los 1,77 millones de hectáreas que se cultivan, 450.000 ha son regadíos (12% de España), de las cuales el 30% son de Riegos del Alto Aragón. Es indudable que tanto las producciones, como el valor añadido de las zonas de regadío (que han precisado de cuantiosas inversiones públicas) son mucho mayores que las de secano, aunque también generan mayores insumos, con graves problemas ambientales. Esto debería hacer reflexionar y establecer una estrategia a largo plazo de adaptación y resilencia de nuestros cultivos al cambio climático. A pesar de que el regadío aparentemente puede tener una mayor resiliencia al cambio climático respecto al secano (tal y como expresa FENACORE), por la posibilidad de aportaciones de agua adicionales a las naturales, una buena parte del mismo tendrá afecciones importantes:
-Una recesión de la precipitaciones netas, con mayor variabilidad interanual y torrencialidad de los episodios.
-Un mayor consumo de agua por parte de la vegetación y cultivos en función del aumento de temperaturas reduciendo la escorrentía.
-Unas mayores necesidades hídricas a satisfacer (consumo) en el propio regadío por el aumento de las temperaturas.
La agricultura es una de las presiones más importantes que afectan a los ecosistemas de agua dulce en todo el mundo. 17 millones de hectáreas son cultivos en España (34% de la superficie). Las explotaciones entre 70 y 500 hectáreas representan la mayor parte de la superficie cultivada el 46%. Las propiedades de más de 500 hectáreas acaparan el 17,62% de la superficie pero tan solo supone el 0,44% de las explotaciones (por ej. la Casa de Alba con 34.000 ha y que obtiene 2,9 millones de euros de la PAC). La agricultura intensiva afecta fuertemente la calidad del agua a través de los plaguicidas (2014 Aragón utilizó 4750 toneladas) y los fertilizantes químicos inorgánicos (2018 Aragón utilizó 143.843 toneladas), estos últimos por contaminación de nitratos. España tiene declaradas 80.000 km2 de zonas vulnerables (superficies donde hay que reducir la contaminación por nitratos, que afectan aguas superficiales y subterráneas), lo que supone el 35% de la superficie agrícola. En 2019 Aragón poseía 130 municipios afectados y al menos 10 ríos con una concentración superior a lo permitido por la Directiva de Nitratos (50 mg/litro): Flumen, Alcanadre, Aguas Vivas, Matarraña, etc. Además la agricultura intensiva requiere de grandes cantidades de agua para riego y puede provocar la degradación del suelo por procesos de erosión, salinidad, contaminación química, pérdida nutrientes y compactación.
Para revertir los impactos agrícolas en las masas de agua, durante en las últimas décadas se han implementado en la Unión Europea (UE) diferentes Directivas (acto legal que requiere que los estados miembros logren un resultado determinado), como son las Directivas de Nitratos y del Agua (DMA). A pesar de ello la Comisión Europea (CE) en emitió en 2020 un dictamen motivado a España por incumplimiento de la Directiva de Nitratos. Vista la situación en 2020 la CE aprueba la “Estrategia de la Granja a la Mesa”, que propone para 2030 reducir el 50% del uso de plaguicidas (como el Glifosato cuya renovación de licencia uso en UE acaba en 2022) y el 20% de fertilizantes; dedicar el 25 % de todas las tierras agrícolas se a la agricultura ecológica (la CE aprobará un Plan de Acción Europeo de Agricultura Ecológica), reducir en un 50% las ventas de antimicrobianos, e incorporar un 10% de superficie agrícola con elementos de paisaje de alta densidad y biodiversidad (que para el sector de regantes es un disparate de propuesta).